Daba a volta ao mundo co que voguei nesta vida
Ramón Abelenda nació cuando el marisco «non valía nada» y los barcos se movían a vela y a brazo
Ramón Abelenda tiene un sillón y una ventana que parece un cuadro: Cortegada, el mar, los parques de cultivo, el puerto de Carril. Esos elementos componen el escenario vital de Moncho Pasiensias, un sabio que no pudo ir a la escuela pero que absorbió con fruición todas las lecciones que le fue dando la vida. Así que Moncho, que piensa que el hombre debería ser la medida de todo, se ha convertido en una referencia para sus vecinos. Acudimos a él para que nos hable de lo mucho que ha cambiado el mundo del mar. «¿E que queres saber do mar? O mar non se mete con ninguén», dice. Y justo a partir de ese momento, empieza un delicioso viaje de ida y vuelta al pasado.
Queremos hablar del mar, y del mar hablamos. Pero es grande, hay que intentar ponerle límites, por inútil que parezca el esfuerzo. «Cando eu era pequeno isto era libre, coma todo», dice Moncho mirando por la ventana. En época de su bisabuela, recuerda, «foron facendo viveiros pequenos, pegados a terra, para ameixas, mexillóns... Daquela o marisco non valía nada, era supervivencia». Luego, poco a poco, o quizás demasiado deprisa, los viveros se fueron extendiendo hasta conformar lo que hoy hay: «Un sector moi importante, o máis importante porque é do que vive o pobo, xa que non quedou outra industria».
La metamorfosis del mar condensa todo lo bueno y todo lo malo del progreso. «Eu recordo cando non había roupa de augas, e para protexerte levabas un saco de fariña. E cando andabas descalzo, cos pes encarnados, inchados, fríos. E cando a navegación era a remos... Aquilo si que era un deporte. Teño dado millóns de paladas, daba a volta ao mundo co que voguei eu nesta vida».
Por si aquellos tiempos no fuesen suficientemente duros, llegó la guerra. «A miseria, o medo», apunta Moncho. Y la posguerra, con más miseria y, aún, con grandes dosis de miedo. «Nós aquí non pasamos a hambruna. Pasamos necesidades de cousas básicas, pero tiñas o peixe, o marisco. E funcionaba moito o troco, e as mulleres, en canto chegaba o peixe do mar, collíano e ían polas parroquias. Levaban peixiño e traían patacas e millo».
Y lo que estaba por llegar. «Corenta anos de analfabetismo, de escuridade, de pecado», recuerda. «Perdemos corenta anos de progreso». Y aún así, la ría fue cambiando. Para bien y para mal. Moncho Pasiensias recuerda la llegada de las bateas a Arousa. «Estaban feitas con bocois de viño» y eran muy pequeñas. «Baltar, que tiña unha fábrica de conservas por aquí, fixo unha cun barco, oSanta María, que fondeou en Cortegada», cuenta Pasiensias, que recuerda como ayudó a trasladarla.
Tras aquellos inicios, envueltos en el aroma de la aventura, «todo o mundo empezou a poñer bateas, empezouse a poboar o mar». Y las bateas comenzaron a evolucionar, a ser cada vez más grandes, más modernas. «Pero hai uns corenta anos houbo unha crise moi grande, non se gañaba nin para redes nin para palillos, e neste pobo fómonos desfacendo das bateas. Igual porque tiñamos o respaldo dos viveiros». Pero de aquel agujero se salió. «E nesta ría gañáronse moitos cartos co mexillón. É unha das grandes empresas que temos en Galicia».
La riqueza generada es la cara buena del progreso. «Pero o progreso tamén trae destrución», dice Moncho. Así que comenzaron los problemas de contaminación. «O mar sempre foi unha cloaca. Pero antes... Que sei eu, seríamos menos a fastidialo e o mar aguantaba». Tenía tanta fuerza que las nécoras, los chopos y todo tipo de pescados llegaban hasta Carril. Hoy «seguimos facendo do mar a nosa cloaca, nótase que non temos cabeciña. O home non se dá conta de que o planeta é a súa casa e de que a está arruinando».
El hombre no se da cuenta de la dimensión de sus errores , y el mar se resiente. Necesita ayuda, cada vez más. En Carril «o que nos fai falta aos parquistas -e ás confrarías de toda Galicia- é semente. As hattcheris non dan feito», dice Pasiensias, demostrando que, por mucho que afirme estar apartado del ruido del mar, sigue muy pendiente del ir y venir de las olas bajo la ventana de su casa. Ahora hay mar de fondo por la polémica Lei de Acuicultura. «Sobre iso non podo opinar, porque non a lin, non teño información suficiente. O que eu sei é que onde se mete o capital...». Donde se mete el capital el hombre no cuenta. Y la humanidad, reflexiona Pasiensias, debería ser lo primero. Si no, ¿qué nos queda?
Empezó en el mar siendo un niño. Vio como el sector de los parques de almeja se hacía fuerte y cómo se instalaban las primeras bateas en la ría de Arousa.
Fuente: La Voz de Galicia
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