Una saga a la sombra de Cortegada
Lucía Tourís rompe moldes y estereotipos. Joven y sobradamente preparada, ha decidido tomar las riendas de los parques de cultivo de sus padres.
Por la plaza de abastos de Santiago han pasado este verano miles de turistas. Algunos de ellos miran sorprendidos una banda, similar a las que cruzan el busto de las misses, colgada en uno de los puestos de marisco. «¿Y tú que eres, Miss Marisco?», preguntan los más curiosos a la chica que los atiende desde detrás del mostrador. Ella deshace de inmediato el entuerto. Aunque sobrarían los motivos para que Lucía Tourís fuese coronada como una reina de la belleza, esta joven vilanovesa se ha ganado esa insignia por ser una promesa de futuro para el sector de los parquistas de Carril. Este año ha recibido el premio al «parquista xoven». «Un premio que les tengo que agradecer a mis padres. Gracias a ellos tengo un puesto de trabajo y ahora, también, un premio».
Sus padres son Benito y Milagros. Una pareja que, como tantas otras, consagró su vida al trabajo. Ella, Milagros, había recogió ya el testigo de su madre y pasó sus años entre Arousa y Santiago, a donde acudía a vender marisco. Como el negocio iba bien, Benito decidió abandonar el mundo del transporte y, allá por los años setenta, adquirió un parque de cultivo de almeja en Carril. «En aquel tiempo se hacía dinero», recuerda ahora Benito, Chicho para sus conocidos, mientras intenta adaptar su cuerpo al pausado ritmo de vida de los jubilados.
El relevo al frente de sus viveros lo ha cogido su hija Lucía, quien confiesa que «de pequeña nunca pensé que quería ser parquista». Más bien todo lo contrario. Con sus ojos de niña veía el trabajo de sus padres como una faena dura, exigente, que hacía que sus dos progenitores tuviesen comportamientos tan extraños como huir de la playa «los pocos días que libraban». Cuando los acompañaba a Carril disfrutaba del mar y de las visitas iniciáticas a la vecina isla de Cortegada. «También te tocaba trabajar», le recuerda el padre. «También me acuerdo de cuando tocaba limpiar», dice ella asintiendo con la cabeza. «Pero esos no son recuerdos agradables». Las horas de trabajo duro quedaron bien grabadas en la memoria de esta joven, que decidió buscarse la vida tierra adentro. Hizo una carrera universitaria y se fue al extranjero para perfeccionar idiomas, pero todos sus esfuerzos naufragaron cuando llegó la hora de enfrentarse al mercado laboral, a la precariedad de los contratos y a la falta de expectativas.
Fue entonces cuando volvió a mirar a los viveros de su familia, esta vez con otros ojos. «Era una posibilidad de tener un trabajo. Sabía que no me iba a hacer rica, nadie se hace rico trabajando en el mar o en el campo. Pero se puede vivir dignamente», narra. Así que se metió de lleno en el mundo de la arena y la sal, pero también en el de la comercialización. Y es que, al mismo tiempo que cultiva sus propias almejas a los pies de Cortegada, compra producto en las lonjas para luego depurarlo y venderlo, cubriendo así las necesidades de sus clientes de Santiago, entre los que se cuentan los más afamados restaurantes de la calle del Franco.
Lucía y Benito comparten profesión y comparten una sonrisa que baila entre los ojos y los labios. Y también tienen, a medias, el sueño de que el sector del mar se profesionalice. «Al menos un poquito».
Fuente: La Voz de Galicia
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